“Érase una vez un lobo el cual, comiendo carne, sufrió el atasco de un hueso en su garganta. Esta empezó a hinchársele y a generarla gran dolor, corriendo el lobo desesperado intentando sacárselo o encontrar ayuda. Durante su camino encontró una grulla, a la cual tras explicarle la situación suplicó ayuda prometiéndole darle lo que le pidiera. A pesar de que desconfiaba, la grulla aceptó con la condición de que el lobo cumpliera lo pactado. El ave procedió a introducir su cabeza por su garganta, consiguiendo que el hueso se desprendiera. Se retiró y observó como el lobo se recuperaba, pudiendo ahora respirar con normalidad, tras lo cual le pidió que cumpliera con lo prometido. Sin embargo el lobo contestó que suficiente recompensa era no haberla devorado pese a haberla tenido entre sus dientes.”
Esta fábula de Esopo (si bien también se encuentra una versión en la tradición de la India en que en vez de un lobo el animal en apuros es un león), nos enseña que no siempre podemos fiarnos de lo que nos dicen y prometen los demás, dado que habrá quien nos será ingrato o incluso quien nos mentirá y manipulará para lograr sus propósitos sin valorar el propio esfuerzo.