jueves, 26 de julio de 2018


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Era el país de los pozos: grandes, pequeños, feos, hermosos, ricos, pobres... Alrededor de los pozos apenas se veía vegetación; la tierra estaba reseca.

Los pozos hablaban entre sí, pero a distancia. Siempre había tierra de por medio. En realidad, lo único que hablaba era el brocal, es decir, lo que se ve a ras de tierra, la “puerta” del pozo, su boca. Y daba la impresión de que al hablar, sonaba a hueco. Porque, claro, procedía de lugares huecos. Como el brocal estaba hueco, en los pozos se producía una sensación de vacío, vértigo, ansiedad; y cada uno intentaba a llenarlo como podía; con cosas, con ruidos, sensaciones raras, y hasta con libros y sabiduría. Las cosas pasaban de moda, entonces los pozos las cambiaban, y continuamente estaban llenando el brocal de cosas nuevas, diferentes y quien más tenía, era más respetada y admirado. Pero en el fondo, no estaban nunca a gusto con lo que tenían. El brocal estaba siempre reseco y sediento. ¿He dicho: “en el fondo”? Bueno, sí. La mayoría, a través de los espacios que dejaban las cosas, percibían en su interior algo misterioso; sus dedos rozaban en ocasiones el aguan del fondo. Ante aquella sensación tan rara, unos sintieron miedo y procuraron no volver a sentirla. Otros encontraban tanta dificultad a causa de las cosas que abarrotaban el brocal que se rindieron pronto y optaron por olvidar aquello que había “en el fondo”.

También se hablaba (en la superficie) de aquellas “experiencias profundas” que muchos sentían, pero había quienes se reían y decían que todo eso eran ilusiones; que no había más realidad que el brocal de la superficie. Pero hubo alguno que empezó a mirar hacia adentro, y entusiasmado con aquella sensación que experimentaba en su profundidad, trató de ir más abajo. Como las cosas que había ido acumulando le molestaban, prefirió liberarse de ellas y las arrojó fuera de sí. Y el ruido lo fue eliminando hasta quedarse en silencio.

Entonces, en el silencio del brocal, oyó burbujear el agua allá bajo, y sintió una paz enorme, una paz viva que venía de la profundidad. Entonces el pozo experimentó que “aquello” justamente, era su razón de ser; allí en el fondo, se sentía él mismo. Hasta entonces había creído que el ser pozo era tener un gran brocal, muy rico y adornado, y bien lleno de cosas. Y así mientras otros pozos trataban de agrandar su brocal, para que el hueco fuese mayor y cupieran más cosas, éste fue buceando en su interior, descubría que lo mejor de sí mismo estaba en la profundidad y que era más pozo cuanto más profundidad tenía.

Feliz por su descubrimiento, intentó comunicarlo y comenzó a sacar agua de su interior, y el agua, al salir fuera refrescaba la tierra reseca y la hacía fértil y pronto brotaron flores alrededor del pozo. La noticia cundió enseguida. Las reacciones fueron muy variadas.

Algunos intentaron imitar la experiencia y tras liberarse de las cosas que les rellenaban, encontraron también el agua en su interior; comprobaron que por más agua que sacaban de su interior para esparcirla entorno suyo, no se vaciaban, sino que se sentían más frescos y renovados. Y al seguir profundizando en su interior, descubrieron que todos los pozos estaban unidos por aquello mismo que era su razón de ser: el agua.

Así comenzó una comunicación “a fondo” entre ellos, porque las paredes del pozo dejaron de ser límites infranqueables. Se comunicaban “en profundidad”, sin importarles como era el brocal de uno o de otro, ya que eso era superficial y no influía en lo que había en el fondo. Eso sí, en cada pozo el agua adquiría un sabor, incluso unas propiedades distintas: era lo característica del pozo.

Pero el descubrimiento más sensacional vino después, cuando los pozos que ya vivían en su profundidad, llegaron a la conclusión de que el agua que les daba la vida no nacía allí mismo, en cada uno, sino que venía para todos de un mismo lugar. Y bucearon siguiendo la corriente de agua. Y descubrieron el manantial.

El manantial estaba allá lejos, en la gran montaña que dominaba el País de los Pozos. Que apenas nadie percibía su presencia, pero estaba allí, majestuosa, serena, pacífica, y con el secreto de la vida en su interior. La montaña había estado allí siempre.

Desde entonces los pozos que habían descubierto su ser se esforzaban en agrandar su interior y aumentar su profundidad para que el manantial pudiera llegar con más facilidad hasta ellos. Y el agua que sacaban de sí mismos hacía que la tierra fuera embelleciéndose, transformando el paisaje.

Mientras allá fuera, en la superficie, la mayoría seguían ocupados en ampliar su brocal y en tener cada vez más cosas.


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